miércoles, 7 de mayo de 2014

EL GRAN CRÍTICO

En cuanto se asomó y vio lo que allí se cocía, Cirilo lo tuvo claro. Recogió  sus utensilios y le dijo al jefe de cocina que aquel plato carecía de sabores africanos. Cómo disfrutaba del trabajo probando sabores de mil recetas preparadas por los grandes cocineros del mundo. Qué maravilla aquellas algas azules con sabor a limón, qué recuerdos en Escocia aquellas coles en salsa de whisky evaporado. Nadie podía imaginar su plato preferido: tal vez hormigas dulces congeladas o crisálidas crujientes con toque de cilantro amargo. Qué difícil satisfacer al gran genio de la cocina moderna. Ahí estaba, saboreando lo mejor de la gastronomía africana, a ver si surgía algo digno de ser recordado. Y es que Cirilo era un ornitorrinco muy sensible. Su paladar de pico de pato percibía cualquier ingrediente. Hasta en el agua podía identificar sabores mejor que los peces sabueso. Pero no era perfecto. Su punto débil eran los discos de vinilo. Eso le perdía. Y no digamos si sonaba un fado portugués. Quedaba extasiado, inmóvil, emocionado. Tarareaba con desgarro y abandonaba sus observaciones culinarias, inmóvil, levitando, sintiendo la guitarra. Se despistó. Dijo que en el plato no había ingredientes africanos. Ahí empezó su declive.

L.C.N.

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